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Obreros

Aunque los intelectuales y los partidos políticos demostraron ser decisivos, las Revoluciones Rusas de febrero y octubre de 1917 no habrían tenido lugar sin la participación de los obreros, los cuales se unieron a soldados y campesinos cuando comenzó la lucha contra la desigualdad y la jerarquía social de la Rusia imperial. Llegando al poder con el apoyo de pequeños -pero totalmente entregados a la causa- contingentes de obreros, los bolcheviques procedieron a gobernar en nombre de la clase obrera. No obstante, establecieron su “dictadura del proletariado” en un país donde el 80 por ciento de la población eran campesinos. En 1917, los obreros se movilizaron en huelgas y manifestaciones, y comenzaron a organizarse en comités de fábrica impulsados por la desesperación que causó la desastrosa participación de Rusia en la Primera Guerra Mundial. [Continúa en la parte inferior de la página]

Durante el trascurso de la Guerra Civil Rusa, la ya pequeña clase obrera fue disminuyendo en número debido al cierre de fábricas y minas entre 1918 y 1919. En busca de comida y seguridad, algunos obreros y sus familias decidieron regresar a sus pueblos, lugares de los que, a lo sumo, se habían ausentado durante sólo una generación. Otros, buscando oportunidades de mejora social, decidieron unirse al Ejército Rojo o, si sabían leer y escribir, se unieron a la creciente burocracia del estado. Ambas instituciones abrieron a los obreros las puertas de par en par. El gobierno soviético y el partido comunista, que en un principio eran grandes partidarios de la democracia y el empoderamiento de los trabajadores, pusieron a las organizaciones obreras bajo el control del poder central. A partir de la Guerra Civil, la propaganda y cultura bolchevique idealizaron a los obreros, retratándolos como ideales masculinos y heroicos, agentes del marxismo que lideró la transición del capitalismo al comunismo.

Los planes quinquenales para la industrialización del país, que comenzaron en 1928 con Iósif Stalin, hicieron que el número de personas que trabajaban en fábricas aumentase considerablemente, lo que hizo que la modesta clase obrera de los años 20 del siglo XX creciera enormemente. Al principio, a los mejores obreros se les otorgaba el título de “obrero ejemplar” cuando alcanzaban y superaban las cotas de producción, lo que les llevaba a ganar los “concursos” socialistas que se disputaban en las fábricas. Recibían un reconocimiento especial, su historia salía en los periódicos, hablaban en reuniones públicas, y recibían pequeños premios en la forma de bienes de consumo, tan difíciles de encontrar durante los primeros, y austeros, años de la Unión Soviética. Según fue pasando el tiempo, una cantidad cada vez mayor de obreros fueron alcanzando las cuotas fijadas por el estado, lo que devaluó el título de “obrero ejemplar” y su tan divulgado ejemplo.

En 1936, una competición hecha en honor a Aleksei Stakhanov, minero que extrajo 102 toneladas de carbón durante un solo turno, se propagó por la Unión Soviética. El típico participante en este desafío era un obrero que trabajaba en una industria pesada o en una mina y que establecía récords que multiplicaban la cuota estándar: en el caso de Stakhanov, multiplicó por catorce la cuota diaria de extracción de carbón. Los stakhanovitas recibían una lluvia de premios ideados con la idea de que iban a animar a todo obrero a ser más eficaz en su trabajo. En sus discursos e historias publicadas en periódicos, los stakhanovitas describían cómo, inspirados por el camarada Stalin, habían superado el escepticismo de sus jefes y colegas y cómo habían logrado sus proezas. Se beneficiaban, sin duda, de la ayuda bajo cuerda que recibían de sus superiores, que manipulaban las condiciones de trabajo para que los estos obreros pudieran efectuar sus hazañas. El modelo stakhanovita, que llegó a ser angustioso no solo para la moral sino también para el nivel de productividad, fue perdiendo importancia en los años 40.

Durante la década de los años 30 del siglo XX, la disciplina del estado y la intimidación eliminaron prácticamente toda posibilidad de trabajo independiente o autónomo en el ámbito laboral. El estalinismo imponía una disciplina jerárquica en el trabajo, según la cual la palabra del director de la fábrica -al igual que la del camarada Stalin- era ley. Estatutos penales severos reforzaban las leyes laborales. Un obrero podía ser encarcelado por un pequeño hurto o por llegar tarde varias veces. Tras la muerte de Stalin, estas normas -ejecutadas de manera aleatoria cuando estaban vigentes- fueron eliminadas en su totalidad.

En los últimos años de la década de los años 50, un nuevo paradigma alababa a los miembros de las “Brigadas del Trabajo Comunista”, llamadas a ser el modelo de las cualidades necesarias que harían realidad las promesas de Nikita Khrushchev de que la Unión Soviética estaba a punto de convertirse en una sociedad ideal, es decir, de alcanzar el Comunismo pleno. Durante la era Brezhnev, de mediados de los años 60 hasta el inicio de los años 80, las autoridades incentivaron a los obreros modelo, a pesar de que en este momento el fervor ideológico se estaba perdiendo; cabe señalar que en esta época la clase obrera había crecido sustancialmente debido al gran número de mujeres que se había incorporado a la fuerza laboral. Mientras que los gobiernos de Khrushchev y Brezhnev trajeron estabilidad al país, los trabajadores tuvieron que hacer frente a la escasez crónica de trabajo, y también a un código laboral que protegía al obrero, lo que les permitió hacer su trabajo sin excesivo esfuerzo. De hecho, la mayoría de los salarios se pagaban a través subsidios del estado, por lo que los esfuerzos del gobierno para que hubiera una mayor iniciativa laboral eran, sencillamente, superficiales.

En la década de los años 70, el obrero medio -así como el número de trabajadores del sector administrativo- podía llevar a cabo su trabajo bajo el siguiente principio: “Nosotros hacemos como que trabajamos, ustedes hacen como que nos pagan”. Altos índices de absentismo, apatía a la hora de trabajar, abuso del alcohol por parte de los empleados, y otras irregularidades disciplinarias en el ámbito laboral se convirtieron en objetivos de las reformas de Mikhail Gorbachov cuando éste se convirtió en presidente de la nación en 1985.

Lecturas recomendadas y referencias

Diane Koenker, Republic of Labor: Russian Printers and Soviet Socialism, 1918--1930  (Cornell University Press, 2005).

Seventeen Moments of Soviet History, "Workers" http://soviethistory.msu.edu/theme/workers/.

Lewis Siegelbaum and Ronald G. Suny, eds. Making Workers Soviet:Power, Class, and Identity  (Cornell University Press, 1994).