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Comecon-Pacto de Varsovia

La victoria en la Segunda Guerra Mundial trajo nuevos retos a la Unión Soviética. Iósif Stalin, con un país devastado por dos guerras contra Alemania que afectó a dos generaciones diferentes, quiso proteger a su pueblo creando un escudo a su alrededor. En 1945, el Ejército Rojo ya estaba en Hungría, Rumanía, Bulgaria, Checoslovaquia y toda el área este de Alemania. De manera independiente, los movimientos partisanos comunistas en Yugoslavia y Albania habían instaurado gobiernos que inicialmente eran pro-Moscú. La trayectoria de cada uno de estos países era una variante del mismo tema. Los partidos comunistas de estas naciones crearon gobiernos de coalición junto a otras fuerzas antifascistas. [Continúa en la parte inferior de la página]

En cada una de estas coaliciones, los socios que no eran comunistas ocupaban cargos con poder formal, mientras que los comunistas controlaban la seguridad interna y la policía. Usando estas instituciones de forma represiva, los comunistas acusaron a sus opositores –incluso aquellos que contaban con sólidas credenciales antifascistas—de ser colaboradores nazis, de crear una disidencia silenciosa, de pertenecer a organizaciones prohibidas y de amañar las elecciones.

En medio de las tensiones cada vez mayores de la Guerra Fría, Stalin reemplazó cada coalición con una dictadura liderada por el partido comunista. Las tensiones se elevaron ya que Stalin rechazó participar en los planes creados por Estados Unidos para la economía mundial de postguerra, y puso en marcha una política independiente en la Alemania ocupada. En marzo de 1946, el que fuera primer ministro del Reino Unido Winston Churchill, dijo que “un telón de acero” había dividido Europa. Recelosos, los líderes de Estados Unidos ayudaron a los gobiernos anticomunistas de Turquía y Grecia. En junio de 1947, el Secretario de Estado George Marshall anunció un plan para ayudar económicamente a Europa, el cual estaba diseñado para aliviar la desesperación que había nacido de las ruinas de la guerra. En octubre de 1947, los partidos comunistas de Europa del Este y de las democracias occidentales se reunieron para responder al Plan Marshall. Fundaron la Oficina de Información de los Partidos Comunistas y Obreros, o Kominform, un organismo de coordinación, cuyas capacidades eran limitadas. Así, los países bajo el influjo de Stalin declinaron el plan de ayuda estadounidense, aunque lo que quedaba de la coalición en Checoslovaquia por un momento dudó. En febrero de 1948, la Unión Soviética, Bulgaria, Checoslovaquia, Hungría, Polonia y Rumanía formaron el Consejo de Asistencia Mutua Económica, o Comecon, el cual prohibía a sus miembros participar tanto en el Plan Marshall como en el marco económico global norteamericano. A los miembros fundadores se unieron Alemania del Este y Albania -la cual cesó su participación en 1961 como muestra de lealtad hacia China, abandonándolo definitivamente en 1987- y, años más tarde, también se unieron Mongolia, Cuba y Vietnam.

Aunque débiles, Kominform y Comecon proporcionaron una estructura a los vínculos entre Moscú y lo que ellos llamaban las “democracias populares” de Europa del Este. Los socios de menor peso demostraron tener alguna influencia, pero Moscú era la dueña del dominio económico y militar. En momentos de incertidumbre, algunos líderes y ciertas personas pusieron a prueba los límites de la relación, lo que en ocasiones llevó al desastre. Cuando Stalin murió en 1953, sus sucesores hicieron frente a la agitación laboral en Alemania del Este y, aunque fue suprimida rápidamente, les convenció de que un cambio era necesario.

Los herederos de Stalin obligaron a los líderes de la línea dura a hacer concesiones e incluso a reabrir cautelosamente las relaciones con Yugoslavia, país que seguía su propio camino. En 1955, se encontraron ante la perspectiva del rearme de Alemania Occidental y su incorporación a la Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN, la alianza militar liderada por Estados Unidos. La Unión Soviética y sus aliados, entonces, fundaron su propia alianza, el Pacto de Varsovia. Mediante la denuncia de los crímenes de Stalin en febrero de 1956, Nikita Khrushchev planteó la cuestión de hasta donde podría llegar la destalinización. En Polonia, una serie de protestas contra la línea dura del liderazgo político del país llevó a los líderes soviéticos a negociar un compromiso, lo que hizo posible que los reformistas llegaran al poder. En Hungría, este proceso, que en principio parecía similar al de Polonia, se volvió fuera de control. Los nuevos líderes húngaros limitaron la represión y contuvieron los abusos, algo que Moscú aceptó. Sin embargo, las tensiones latentes y el sentimiento anti-ruso explotaron en las calles de Budapest y tomaron una dirección que la nueva clase dirigente no esperaba. Cuando los húngaros intentaron terminar con el monopolio del partido único y salir del Pacto de Varsovia, el ejército soviético entró en Hungría para aplastar la revolución. Esto no supuso el final de la tendencia moderadora en esta región con relación a su pasado estalinista, pero sí dejó de manifiesto hasta dónde podría llegar el cambio político. Por el contrario, Checoslovaquia cambió muy poco después de 1956. Cuando los reformistas que había en el partido dirigido por Alexander Dubček finalmente llegaron al poder a principios de 1968, pusieron en marcha una serie de iniciativas que recibieron un gran respaldo. El gobierno soviético, bajo el liderazgo de Leónidas Brezhnev, toleró esta primera fase, que duró hasta la primavera. Sin embargo, cuando los cambios dejaron de estar bajo el control del partido, el ejército de la Unión Soviética entró en el país en agosto de 1968, reivindicando su derecho a intervenir, una política que sería conocida como la Doctrina Brezhnev. Intentando seguir una política independiente tras 1968, la Rumanía de Nicolae Ceaucescu nunca cortó los vínculos, pero su manera de actuar nunca fue predecible.

La amenaza de una intervención militar no evitó que hubiera inestabilidad. Al comienzo de la década de los años 70, las autoridades reprimieron importantes disturbios laborales en Polonia, que emergieron de nuevo en 1980 en medio de una gran recesión económica. Las protestas en los astilleros de Gdansk llevaron a la formación de Solidaridad, un sindicato independiente, único en la esfera soviética y, por lo tanto, una amenaza para el poder comunista. Debilitado, el gobierno polaco negoció, pero pronto la expansión de este movimiento popular amenazó con la intervención de la Unión Soviética. Los líderes polacos impusieron la ley marcial, detuvieron a los activistas, y empujaron Solidaridad a la clandestinidad. No obstante, el sindicato se mantuvo ahí, listo para emerger cuando las reformas de Mikhail Gorbachev obligaron a los partidos comunistas de toda Europa del Este a realizar cambios. En 1989, Hungría abrió sus fronteras y Solidaridad negoció una transición pacífica en Polonia. En otros países, los dirigentes dudaban de las reformas e invitaron a una acción directa de las masas. Cientos de miles de personas llenaron la Plaza Wenceslas en Praga en lo que se llamó la Revolución de Terciopelo. Una multitud de gente tiró el muro de Berlín cuando la policía de Alemania Oriental se negó a seguir manteniendo el control. En Rumanía, el dictador Ceaucescu cayó violentamente, pues fue capturado y, tras un breve juicio, ejecutado sumariamente. La decisión de Gorbachev de permitir que las naciones del Bloque Comunista decidieran su propio futuro, puso fin a las tensiones de la Guerra Fría, lo que hizo que la disolución del Comecon y del Pacto de Varsovia en 1991 terminara siendo una mera formalidad.

Lecturas recomendadas y referencias

Paulina Bren, The Greengrocer and His TV: The Culture of Communism after the Prague Spring (Cornell University Press, 2010).

Timothy Garton Ash, The Magic Lantern: The Revolution of '89 Witnessed in Warsaw, Budapest, Berlin, and Prague (Vintage, 1999).

Tony Judt, Postwar: A History of Europe since 1945 (Penguin, 2006).

Seventeen Moments in Soviet History, "International" http://soviethistory.msu.edu/theme/international/